El día 18 de mayo se celebra el Día Internacional de los Museos.
En un mundo tan estresado, para los amantes del Arte y la Historia, la serenidad de los museos supone una verdadera terapia para el alma: la belleza de sus obras nos reequilibra y el conocimiento y experiencia acumulados nos da profundidad y trascendencia.
Tristemente para la mayoría de las personas “el tiempo del arte comienza cuando acaba el trabajo, cuándo cae la tarde y los burgueses pueden soñar despiertos”. Esto escribía Vicente Carreres en su libro “La edad de la armonía”. Y así es, en general el ser humano, en este tiempo, vive una vida dividida, fragmentada y falta de armonía .
Tal vez debamos devolver el arte al ámbito de la vida en consonancia perfecta con lo cotidiano y con sus diferentes momentos íntimo y público, políticos y religiosos, sociales o domésticos, impregnando el concierto vital, hilado con las demás necesidades que alimentan nuestra completa naturaleza humana.
El arte debe de liberarse de los museos para volver a la vida cotidiana qué ha sido monopolizada únicamente por el trabajo y la ganancia
Algo o alguien hizo que la belleza del arte fuese replegada a los museos y las salas de concierto, despojando la vida cotidiana del hilo armónico que levanta el alma hacia esferas espirituales, que mantiene la mirada alta y la cabeza arriba
Algo o alguien quiso (o simplemente asistió al “espectáculo” sin inmutarse) que el ser humano separara el poder elevador del arte de su cotidiana existencia y nos agacháramos como animales de trabajo para prestar solo atención a nuestra productividad. El arte, alejado ya de su función elevadora, se movería entonces también a ras de tierra, sin destino, arrasando todo lo que oliese armonía y aspiración de verticalidad .
Es hora de que las Bellas Artes vuelvan al ámbito cotidiano del ser humano, al hogar, a la ciudad, al mundo, con su capacidad de contagio de lo bello y de lo bueno, con su poder para descubrir al ser humano una luminosidad trascendente más allá de su miserias.
Miguel Angel Padilla