Entre las experiencias más gratas está la de tratar de dibujar a lápiz o carboncillo, alguna escultura real hábilmente iluminada. Pero hacerlo sin tener que dar cuenta a nadie de nuestra habilidad o torpeza.
Pasar unas horas sin más pretensiones que el propio deleite, absortos, frente al busto de un dios griego o el torso de una Venus, reflejando sus líneas y sus sombras, y fluir fuera del tiempo con plena atención en la tarea, puede ser para los amantes de lo bello una útil forma de serenar el espíritu de la ajetreada vida. Merece la pena probar.
Todos guardamos sorprendentes posibilidades que solo podemos descubrir a través de la acción.