El artista sabe que el clima de la belleza crea una atmósfera que contribuye a alzar al hombre de lo animal a lo humano. Pero la belleza de las formas no debe estar vacía , hueca, ya que el poder de esa misma belleza puede usarse para seducir, para encubrir con su apariencia la debilidad o la corrupción del carácter de un mundo que solo se complace en la sensualidad de las formas. ¿no es esta una de las características decadentes de tantos momentos históricos que significaron el fin de un tiempo o una civilización? Recordemos el periodo de Tel-Amarna en Egipto, la decadencia del rococó o el culto al cuerpo de nuestros días.
Para que la Belleza esté viva y sea el fiel reflejo de un espíritu elevado ha de ser hija natural de la belleza interior. Las formas han de tener un alma, un contenido.
El arte que rodee al hombre ha de ser un puente hacia la nobleza y bondad de los sentimientos e ideas, y para ello han de estar presentes, patentes desde el primer momento en la obra. De lo contrario, la seducción de las formas, cautivará esclavizando al incauto ser humano que se sentirá atrapado por una necesidad creciente de goce sensual. El hombre tiende con gran facilidad a caer en los extremos, a verse atrapado por el exceso. A veces nos esclavizan tanto el dolor y el miedo como el placer. En esto como en todo, tan solo el hombre elevado, es libre en la belleza.
Podríamos decir que la verdadera belleza de una obra de arte no solo responde a una armónica disposición de las partes sino a la existencia de un alma también bella y noble que la anima, de una potencia sutil que se expresa a través de ella, el ser que le da vida.
Plotino lo expresaría maravillosamente en su VI enéada: “Incluso aquí abajo, la belleza se encuentra más en la luz que brilla sobre la simetría que en la propia simetría. Esto es lo que proporciona el encanto”.
Las bellas formas sin un alma noble serían las cautivadoras sirenas, que como en el viaje de Ulises, arruinen el viaje hacia el modelo de nosotros mismos. Tendríamos que buscar pues una belleza sencilla y austera, que no oculte sino descubra un espíritu limpio y recto y que nos enseñe a través de ese mismo arte a valorar la autenticidad y nobleza interior.
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Extraido del libro “El arte y la Belleza“: