El artista no crea de la nada, el artista no hace sino captar de un instante, de una experiencia, una idea, y luego trata de reproducirla, pero no solo de reproducir el hecho, la impronta sensible, sino aquello que vio a través ella.
Hay un debate que se ha producido durante mucho tiempo entre el arte como creación pura o el arte como imitación. Otra vez el juego de los opuestos en el que la ignorancia nos hace creer que solo un aspecto es válido cuando en verdad ninguno es posible sin el otro.
Hoy se ha despreciado en gran medida el arte como imitación, rechazando la idea de reproducir la naturaleza en aras de una tendencia hacia la creatividad “absoluta”. Pero lo cierto es que la creación pura no existe en términos absolutos ya que nada hay que no este dentro de la naturaleza y tendiendo en cuenta que nuestra capacidad de crear parte de los elementos ya dados y de su posibilidad de combinarlos. Por lo tanto, el hombre siempre que crea, siempre que se mueve, que es capaz de plasmar, no lo hace sino dentro del molde de la naturaleza.
En la Naturaleza se combinan infinitas formas pero no todas canalizan las mismas fuerzas, ni todas expresan lo mismo. La supuesta originalidad humana parte de elementos preexistentes pues no podemos acceder mentalmente a algo que de algún modo exista ya en el mundo de las Ideas. Es más, incluso las llamadas artes no figurativas en realidad lo son en cuanto a aspectos que nos habían pasado desapercibidos de esa naturaleza que siempre nos asombra. Veamos si no desde la belleza de formas de un caleidoscopio hasta las iriscencias de un coloide en suspensión en agua, desde los sugerentes surcos de la mano, al brillo traslúcido de una luna velada.
Es nuestra asombrada mirada interna o externa la que es capaz de descubrirnos un nuevo matiz o revelar un nuevo secreto de la materia que se nos manifiesta como belleza.
La imitación y reproducción de la naturaleza como copia puede, es cierto, impedir el desenvolvimiento de la mirada interna que nos pone en contacto con un aspecto de la esencia, de lo que no vemos. De ahí la necesidad de profundidad en la mirada del artista, del despertar del ojo interior. Pero también es cierto que la reproducción cuidada y esmerada, la imitación como parte del proceso artístico, puede desarrollar factores importantes.
El hombre cuando intenta imitar un paisaje, por ejemplo, o una escena muerta, en principio no pasa de utilizar una habilidad técnica. Pero esa habilidad técnica tiene un fin en sí muy importante, que es la necesidad de controlar los elementos, de descubrir los matices, el cómo se manifiestan cada uno de los factores que van a despertar en nosotros las diversas sensaciones, que van activar en nosotros la sensibilidad interna.
En el intento de imitación, en el esfuerzo de recrear lo que el hombre ve, y el esfuerzo y la dificultad que ello supone, el hombre penetra la belleza de la forma, reconoce las proporciones y desvela las manifestaciones de la vida. A través de ese proceso el hombre va escalando por los niveles de la manifestación desde la materia a realidades más sutiles que le dan vida.
Hay también, como decía el profesor Livraga, un misterioso vínculo entre lo difícil y lo válido. Cuando la dificultad técnica representa un verdadero reto de constancia, voluntad, habilidad en la ejecución, si además encarna un modelo altamente bello que conmueve al alma, la obra irradia una fuerza “mágica” extraordinaria. Pensemos por ejemplo en el Apolo y Dafne en mármol de Bernini, que puede contemplarse en la Galeria Borguese de Roma. El conjunto entero sobrecoge no solo por su belleza sino por el lo prodigioso de su ejecución.
Por otro lado, ese “ponerse a hacer” encierra en si un proceso de transformación dentro del que hace. La acción, el esfuerzo de plasmación, aunque solo sea de imitación, esconde una gran cantidad de oportunidades de desarrollo de la plasticidad del artista y de las cualidades humanas que intervienen en el proceso. No en vano la raíz etimológica de la palabra arte viene de “hacer bien”. El no ponerse a hacer, el solo pensar sobre el hacer, no transforma, lo que transforma es la acción, de ahí la importancia de cuidar y cultivarse a través de la técnica.
A través del dominio técnico la limitación formal del artista desaparece para poder dar cauce a la verdadera inspiración que ahora tiene poder sobre la materia y por tanto encarnará en ella.
Si el artista ha sabido plasmar, merced a ese dominio técnico y a su inspiración, entonces podrá transmitir un mensaje de belleza a aquel que se ponga en contacto con su obra y que como él posea sensibilidad interna.
Quien sabe apreciar el arte, internamente es un artista, solo que no sabe ejecutar el proceso que le lleva de la percepción a la plasmación.
Sin embargo la técnica sola, si bien es necesaria, no hace al arte. Ambos , técnica e inspiración, son importantes, tal y como nos lo recuerda Leonardo da Vinci cuando escribe: “ A veces se entiende por arte la técnica, sin embargo, mientras que a la técnica se llega por medio de la constancia, y por el arte de la Voluntad, el Arte real se llega por el acercamiento de la perfección interna, esa perfección del Alma que no tiene metas para medirse, ni métodos racionales para explicarlo, porque está más allá de la materia y la razón”.
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Extraido del libro “El arte y la Belleza“: