La abundancia del mármol en Grecia como uno de los factores determinantes del desarrollo de la escultura griega.- El carácter racionalista del pensamiento griego.- Rápido desenvolvimiento del arte en Grecia.- Estatuas arcaicas.- La Artemisa de Delos, la Hera de Samos y las estatuas de Charés. El tesoro de los Cnidios.- Los escultores de Chíos como inventores de las Victorias aladas.- El origen de la expresión en la escultura.- Las Orantes de la Acrópolis.- Apolos y Atletas arcaicos.- El tipo reemplazado por el individuo.- Impulso que adquiere el arte griego después de las victorias obtenidas contra los persas.- Los frontones del templo de Afaia en Egina.- Los frontones del templo de Zeus en Olimpia.- Mirón y su estatua El Discóbolo.- Polícleto y su estatua El Doríforo.- Creación del tipo de amazona.- Los grandes maestros del primer período del apogeo de la plástica griega (Fidias, Mirón y Polícleto).- El progreso eterno del arte.
Muchas islas del Archipiélago griego, sobre todo Paros, no son más que enormes bloques de mármol; esta materia abunda mucho en el Ática, cuyas canteras del Pentélico y del Himeto eran célebres, en la Grecia del Norte y en la costa del Asia. Los griegos tuvieron sobre los asirios y los egipcios la ventaja de poder disponer de un material admirable, menos duro que el granito y menos blando que el alabastro, agradable a la vista y relativamente fácil de ser labrado. Pero tenían aún otra ventaja mucho más grande sobre aquellos dos pueblos orientales, y es que no tuvieron que soportar el yugo del despotismo o de la superstición. Desde que los griegos aparecen en la Historia, presentan un contraste sorprendente con todos los demás pueblos: tuvieron el instinto de la libertad, amaron lo nuevo y sintiéronse ávidos de progreso. Los griegos jamás estuvieron sujetos al pasado por las cadenas de una tradición tiránica. Su religión usurpóles pocas libertades. Afortunadamente vióse aparecer entre ellos un hecho importantísimo, del cual no hubo ni siquiera vestigios en los pueblos de Oriente, y fue este hecho el hábito de considerar las cosas humanas como puramente privativas del hombre y razonar sobre ellas, como si no dependiesen más que del pensamiento humano. Esta tendencia es el racionalismo. Con el amor a la libertad y el gusto de lo bello, el racionalismo es el don más precioso que Grecia hizo a la Humanidad.
Los progresos que realizaron los griegos en la senda del arte fueron extraordinariamente rápidos; apenas si mediaron dos siglos entre los comienzos de la escultura en mármol y el apogeo de ésta. Sería esto inexplicable, y se tendría como un prodigio, si la Grecia asiática o jónica, heredera del arte miceniano y a la vez influenciada por el Egipto y Asiria, no hubiese tenido su participación, que sería injusto desconocer, en la educación de la Grecia propiamente dicha. Pero hay que añadir que jamás genio alguno fue menos servilmente imitador que el de los griegos; lo que ellos conocieron del arte oriental sirvióles sólo de base para poderse elevarse a un grado mayor de perfección. Una de las estatuas más antiguas de mármol, de las descubiertas en Grecia, representa una Artemisa, y fue hallada por M. Homolle en Delos; remonta su antigüedad hacia el año 620. Diríase que es un pilar o un tronco de árbol, con la indicación sumaria de una cabeza, cabellos, brazos y cintura; es de un arte más primitivo que el egipcio de la época de las Pirámides. Los griegos llamaban xoanas (de xein, rascar la madera) a estas figuras, es decir, imágenes talladas en madera, habiendo sido ésta al parecer, la primera materia empleada para las grandes estatuas. Treinta o cuarenta años más tarde (580) encontramos otro tipo de mujer, la Hera descubierta en Samos, y que pertenece al Museo del Louvre. El aspecto general de ésta es aún el de una columna; pero fijáos en el chal con que se cubre la diosa: sus pliegues fueron observados directamente del natural; tiene una gracia severa, y una aurora de libertad la envuelve. Pertenece a la mitad del siglo VI la estatua del rey Carés, descubierta en las Branquidas, cerca de Mileto (Asia Menor) y conservada en el Museo Británico. Es ésta una obra típica del arte griego asiático, del arte jónico, con tendencia a las formas rechonchas, si bien las líneas del cuerpo se acusan ya bajo los paños, cuyo movimiento no se halla desprovisto de valentía. La misma pesadez, junto a una gran delicadeza de ejecución, caracteriza a las cariátides y frisos del pequeño templo llamado Tesoro de los Cnidios, que data del año 530, próximamente, habiendo sido exhumado por M. Homolle en Delfos, y reconstruido en yeso en el Museo del Louvre, a la izquierda de la Victoria de Samotracia.
Hacia los alrededores del año 550, una familia de escultores, de los cuales nos hablan los escritores griegos, trabajaban en la isla de Chíos. Uno de ellos, llamado Arquermos, imaginó un tipo nuevo, el de la diosa alada, Victoria o Gorgona, que se adelanta con rápido movimiento. Se ha encontrado en la isla de Delos una estatua de esta escuela. Dicha figura marca verdaderamente una revolución en la escultura. Pensad que el arte egipcio apenas si conoció más que el tipo de mujer con las piernas unidas como si estuviesen metidas dentro de una funda; que el arte asirio casi nunca la representó: ahora bien, 150 años después de los primeros pasos del arte de los griegos, esculpen éstos una mujer que corre, dejando ver la parte superior de una pierna con músculos bien modelados, y -cosa más nueva aún en el arte- ¡una mujer que sonríe! Sonríe malamente, es verdad, con un rictus muy pronunciado, una boca seca y pómulos muy salientes; pero, en fin, sonríe, y nosotros no habíamos encontrado esta expresión de vida en el arte. Las divinidades egipcias, caldeas y asirias son poco humanas para sonreír; al contrario, preséntanse gesticulando o indiferentes. Con la Niké de Delos, el arte no se contenta sólo con imitar la forma humana; quiso ir más allá y comenzó a expresar los sentimientos, la vida interior. Fue esto un gran descubrimiento y el anuncio de un nuevo arte.
Las obras de los escultores de Chíos se introdujeron en Atenas, y pronto encontraron allí imitadores. Gracias a las excavaciones practicadas en la Acrópolis desde 1886, en la capa de escombros acumulados en 480 por los persas, poseemos toda una serie de estatuas de esta escuela. Como quiera que éstas no representan Górgonas ni Victorias, sino Orantes, hallánse severamente cubiertas por una túnica y no corren, pero sonríen siempre de una manera encantadora, con el deseo evidente de agradar. Aunque rígidas bajo sus largas túnicas, viven y nadie puede olvidarlas después de haberlas visto. Esta apariencia de vida estaba completada por una brillante policromía, de la cual sólo se han conservado algunas señales, prueba de que la escultura griega arcaica no se contentaba sólo con esculpir el mármol, sino que lo pintaba. Un tipo viril análogo, el del hombre desnudo, puesto en pie y con los brazos pegados al cuerpo, fue probablemente creado en la isla de Creta antes del ario 600, desenvolviéndose progresivamente este nuevo tipo escultórico en el siglo VI, y particularmente en el Ática. Empleóse inmediatamente para las estatuas de Apolo y de los atletas vencedores. De ellos poseemos una serie de ejemplares que permiten apreciar paso a paso el progreso del arte escultórico de los griegos. Aquí es el dibujo del cuerpo, la indicación de los músculos lo que ha preocupado sobre todo a los escultores, así como la escuela de Chíos hizo progresar la expresión del rostro y la representación de los paños, la de los atletas, que no podemos designar con otro nombre, ha enseñado lo que se llama una academia.
Estas estatuas de hombres y de mujeres, a pesar de sus nacientes cualidades de dibujo y de expresión, tienen el gran defecto de ser tipos abstractos, esto es, de no ser individualizadas por la acción. Aun cuando el escultor adornó con atributos a sus personajes, tienen, sin embargo, aquellos poco valor expresivo. El progreso capital, que fue llevado a cabo alrededor del siglo VI, consistió en romper los moldes de los tipos para representar individualidades en la diversidad creciente de sus ocupaciones y de sus actitudes.
Este progreso realizóse rápidamente, pero no de un solo golpe. Es probable que la pintura, siempre más libre que la escultura, contribuyera mucho a llevar a cabo este progreso. En defecto de los frescos de la época, de los cuales no nos queda ninguno, poseemos los últimos vasos con figuras negras y los primeros con figuras rojas, en los cuales se ve de un modo muy sensible que sus autores rompieron con la reproducción de los motivos tradicionales. El hábito de representar en escultura a los atletas vencedores en los juegos debió ejercer una influencia muy saludable, toda vez que era preciso que esas imágenes se distinguiesen las unas de las otras y recordaran las diversas hazañas de fuerza o destreza por las cuales los vencedores en los juegos llegaron a conseguir su triunfo. Los grandes acontecimientos históricos de los años 490 a 479′ sobrexcitaron todas las facultades del genio helénico, dándole la plena conciencia de su fuerza y de su superioridad sobre las civilizaciones serviles de Asia. De esta crisis bienhechora salieron las obras maestras de la poesía griega, las odas de Píndaro y las tragedias de Esquilo. Pero al día siguiente de Salamina y de Micala, no sólo había victorias que cantar, sino ruinas que reparar. La mayor parte de los templos griegos y todos los de Atenas habían sido destruidos por los persas. Grecia, rica por el botín conquistado a los invasores, y después de haberles impuesto la paz, se ocupó en reconstruir lo que habían saqueado o demolido los persas. Pusierónse a trabajar en esa gran empresa, y el arte clásico naciente encontró una ocasión excepcional para manifestarse en muchos aspectos a la vez.
Entre los años 480 y 470 encontramos las primeras obras que presagian la libre y completa manifestación del genio griego; son éstas los frontones del templo de la diosa Afaia en Egina (hoy día existentes en Munich). Esos grupos de grandes estatuas representan combates entre griegos y troyanos, alusión al duelo reciente entre Grecia y Asia; los guerreros griegos están protegidos por Palas Atenea. Hay más arcaísmos en las cabezas que en los cuerpos de esas figuras, como si la emancipación de éstos, que era la más reciente, fuese por esta misma razón más completa. El cuerpo caído de un guerrero (frontón oriental) está ya casi a la altura de las obras maestras.
Quince años más tarde, hacia 460, se colocan los frontones del templo de Zeus en Olimpia, descubiertos en las excavaciones alemanas de 1875 a 1880. El del Este representa los preparativos de la carrera en que habían de concurrir Pelops y Oenomaos; el de Oeste figura la lucha de los Centauros y de los Lapitas, en la que Apolo parece ser el protector de éstos, por los cuales combaten Teseo y Peritoos. Algunas hermosas metopas de este templo, descubiertas por la expedición francesa de Morea, existen en el Museo del Louvre; otros fragmentos, encontrados más tarde, quedaron en Olimpia. Los frontones citados son obras vigorosas, un poco rudas; se ha comparado su simplicidad poderosa con la de las tragedias de Esquilo, que se aplaudían en Atenas próximamente por la misma época en que aquellos se esculpían. Lo que es más nuevo en la historia del arte no es la ciencia de la forma, sino el mérito de la composición de estas obras. Los egipcios y los asirios reunieron y yuxtapusieron las figuras; no llegaron siquiera a soñar en disponerlas como en equilibrio alrededor de una figura central. La composición, tal como la entendieron los griegos en el siglo V, no es una simetría rigurosa, que sería una traba para el arte, sino esa simetría artística en la que se revela la libertad por excelencia, puesto que ella encarna a la vez el orden y la libertad.
El frontón oriental contiene sólo figuras en reposo; en el occidental casi todas hállanse en movimiento. Pausanias, que describió el templo de Olimpia, atribuye el primer frontón a Peonios de Mendé (Tracia); el segundo a Alcamenes, discípulo o émulo de Fidias, no se sabe cierto. Es probable que existiesen dos artistas del mismo nombre, y que el frontón de Olimpia fuese obra del más antiguo, del cual se conoce también, gracias a excelentes copias, una cabeza de Hermes, próximamente del año 450. De Peonios se ha encontrado, también en Olimpia, una estatua de Niké, dedicada y fechada hacia el año 454. Trátase de una figura potente, que debe atribuirse a la plena madurez del artista; siendo éste joven, pudo esculpir el frontón oriental, aun un poco seco y rígido en su expresión de vigor.
A propósito de Egipto, me ocupé de la ley de la frontalidad descubierta por Lange, que en todas las artes primitivas se manifiesta, condenando a la figura humana a moverse siguiendo un plano vertical. El arte griego de la primera mitad del siglo V rompió con esa traba. El que se libertó de ella con más esplendor fue el ateniense Mirón, célebre por sus estatuas de atletas. Una de éstas es la llamada El Discóbolo, que conocemos por una hermosa copia conservada en Roma: representa a un joven que se inclina, movido por un poderoso esfuerzo, para lanzar el disco. Su cuerpo arrójase con presteza hacia la izquierda por el movimiento de torsión, del que participan todos sus músculos. Siendo el torso muy expresivo y lleno de vida, la cabeza es aún fría; parece indiferente al acto enérgico que realiza el cuerpo.Es éste uno de los caracteres del arcaísmo griego que desapareció más lentamente; aun después de Fidias se encuentran algunos ejemplos aislados.
Polícleto de Argos, que con Mirón y Fidias forman la tríada de los grandes escultores del siglo V, fue el autor de una estatua colosal de Hera, que desconocemos hoy, y de muchas estatuas en bronce, de las cuales poseemos copias. Una de estas esculturas representa a un efebo que lleva una lanza sobre el hombro; llámase El Doríforo, y los antiguos lo conocían con el nombre del Canon, es decir, la regla, puesto que las proporciones de su cuerpo parecen mejor expresadas que en otras estatuas. La cabeza de la cual existe una réplica en bronce, encontrada en Herculano, nos parece hoy día un poco desprovista de expresión; pero es éste uno de los ejemplos más antiguos de esa perfección clásica del tipo griego, en la que la belleza y la energía van a la par. Otra es el Diadumeno, atleta que ciñe su frente con una banda.
Los antiguos señalaron, como un rasgo particular de las estatuas de Polícleto, el que se apoyaban sobre un solo pie. Es ésta una emancipación más cuyo mérito corresponde al arte griego del siglo V. En Egipto, en Asiria y en el arte griego primitivo, las figuras corpóreas o en relieve apoyan los dos pies sobre el suelo; esto se ve aun en los frontones de Egina. Renúnciase primeramente a esta actitud pesada para las figuras en movimiento, como El Discóbolo de Mirón; pero parece que fue Polícleto el que introdujo en las figuras en reposo la actitud que podría llamarse “de la pierna libre”. El ejemplo más hermoso que puede citarse es la figura en bronce de Amazona, existente antes en Éfeso, y de la cual nos quedan distintas copias en mármol. El tipo de esas valientes guerreras estuvo muy en boga en arte griego del siglo V, a causa de las antiguas leyendas que suponían que del Asia pasaron a Grecia para medir sus armas con los griegos; el combate de éstos con las amazonas era una clara alusión a las grandes luchas que tuvo que sostener Grecia contra los persas. Además, el tipo de amazona correspondía, entre las mujeres, al tipo de atleta en los hombres, y permitía al arte griego crear, al lado de los tipos de diosas, otro ideal puramente humano de fuerza femenina. Este ideal fue realizado por Polícleto con tal perfección que, hasta el final de la antigüedad, todas las estatuas de amazonas derivaban más o menos de la suya; hizo ese escultor, con respecto al tipo de Amazonas, lo que Fidias con el de Zeus.
Polícleto y Mirón fueron los contemporáneos de este escultor; si me ocupo de ellos antes que de Fidias, es porque parece que se unen aún mucho a la tradición arcaica, particularmente por ese rasgo de frialdad sobre el cual ya he insistido. Fidias mismo no se libró por completo de esa tradición, y su gloria consiste, sobre todo, en haber sido el intérprete más elevado de la misma, como el genio de Rafael fue la expresión más completa del Renacimiento.
La evolución del arte no se acaba nunca; hablar de la perfección de éste es cometer un error pernicioso, puesto que equivale a condenarle, por lo tanto, a reproducir sin cesar los mismos modelos y renunciar al progreso. El papel de los artistas de genio consiste, sobre todo, en preparar el advenimiento de las nuevas tendencias, dando una forma adecuada y definitiva a las de su tiempo.
‘ Invasiones de la Grecia por los ejércitos persas de Darío y de Jerjes: batallas de Maratón, Salamina y Platea (guerras llamadas médicas).
Salomón Reinach. (APOLO, Historia general de las artes plásticas)
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