El embellecimiento de Atenas en tiempo de Pericles.- Fidias, Ictinos y Calícrates.- Construcción del Partenón y del Erecteo.- Estructura de los templos griegos.- Los tres órdenes.- Perfección técnica del Partenón.- Los Propíleos, el Erecteo y el templo de Niké Apteros.- Las esculturas del Partenón.- Las estatuas criselefantinas de Atenea y de Zeus.- Reconstrucción de la estatua de Atenea de Lemnos, por Furtwaengler.- La Venus de Milo.
Aproximamente desde 460 a 435 fue Pericles el jefe de la democracia de Atenas y el dueño de todos los recursos del Imperio ateniense. Su gobierno fue la verdadera dictadura de la persuasión. Este hombre amable sintió pasión por las cosas bellas, y a su iniciativa se debió una de las más hermosas maravillas que existen en el mundo: el Partenón.
El amigo y consejero de Pericles, en lo referente al embellecimiento de Atenas, fue el escultor Fidias. Rodeado de un grupo numeroso de artistas, algunos de los cuales, como los arquitectos Ictinos y Calícrates, eran hombres superiores, Fidias dirigió e inspeccionó todos los trabajos. Su situación fue análoga a la de Rafael cerca de León X, cuando decoró las Estancias y las Logias del Vaticano, no siendo Fidias, lo mismo que Rafael, el autor de todas las obras que inspiró, pero dejó en ellas la soberana huella de su genio.
La divinidad tutelar de Atenas era Atenea Partenos, es decir, la Virgen; su templo, que era su residencia, llamábase el Partenón. Existió, sobre la Acrópolis, un viejo Partenón de piedra, que los persas destruyeron en el 480. Pendes quiso construir otro mayor y más suntuoso. Durante veinte años, las canteras del Ática suministraron sus mármoles más hermosos a millares de obreros y de artistas. Los trabajos, favorecidos por una época de relativa paz, se terminaron en el 435. Poco después comenzóse a reconstruir en mármol el pequeño templo de Poseidón, de Atenea Polias y de Erecteo, situado al norte del Partenón; no se terminó hasta el 408, aproximadamente veinte años después de la muerte de Pericles. Ya la guerra del Peloponeso había empobrecido a Atenas y tendido un velo de luto sobre las postrimerías del siglo.
Todos cuantos hayan visto la Magdalena, en París, tienen una idea del aspecto de un templo griego. En esencia, es una construcción rectangular, con puertas y sin ventanas, rodeada por todas partes de una o varias hileras de columnas que, sosteniendo la techumbre, parecen dar la guardia alrededor de la mansión del dios (la cella). En las dos fachadas menores del templo, el tejado dibuja un triángulo llamado frontón, que en ocasiones está decorado con estatuas. La parte alta del muro del edificio está decorada con bajo-relieves que constituyen el friso. Cuando el templo es de orden dórico, como el Partenón, la parte superior del arquitrabe, sostenido por las columnas, está compuesto de losas con tres ranuras verticales, llamadas triglifos, alternando con otras lisas y ornamentadas con relieves, que son las metopas.
La arquitectura griega ha empleado tres órdenes, es decir, tres tipos generales de la construcción con columnas. El más antiguo, al que pertenecen el Partenón, el templo de Zeus en Olimpia, el de Afaia en Egina y los templos de Sicilia y de la Italia meridional (Selinunte, Agrigento y Pesto) es el llamado dórico, por creer los antiguos que había sido inventado por los dorios. En el orden dórico, la columna es poco esbelta y coronada con un capitel sencillísimo, formado por una parte ensanchada llamada equino y un dado llamado ábaco. En el orden jónico, cuyos grandes monumentos están en Asia Menor, en Éfeso y en Priena, y del que también hay un ejemplo encantador sobre la Acrópolis de Atenas, la columna es más delgada y la corona un capitel formado por una especie de cojinete con volutas. Finalmente, el orden corintio, empleado sobre todo en la época romana, durante el Renacimiento y en nuestros días (Magdalena, Palacio Borbón, etc), se caracteriza por una columna coronada por un capitel que representa un cesto de hojas de acanto.
El orden dórico y el jónico derivan de la construcción en madera. La columna, en su origen, es un poste sobre el que descansa una viga; el fuste se robustece en su parte superior, para soportar mejor la viga, por medio de la adición de un cojinete, siendo este ensanchamiento el origen del capitel. El capitel corintio se imaginó en una época en la que el arte griego había olvidado las necesidades de la construcción en madera; dé no ser así, nunca se hubiera pensado en soportar un peso por medio de un ramillete de hojas.
El orden dórico presenta una apariencia de solidez y de robustez varonil que contrasta con la elegancia, un poco débil y femenina, del orden jónico. El orden corintio provoca la idea del lujo y del esplendor. Una de las muestras más brillantes del genio de Grecia reside en que el Renacimiento y el arte moderno no han conseguido crear un orden nuevo; nuestra arquitectura sigue viviendo del tesoro de los órdenes griegos, que se prestan a las más variadas combinaciones.
Lo que hay quizás de más admirable en el Partenón es la precisión de sus proporciones. La relación entre la altura de las columnas, su espesor, la altura de los frontones y las otras dimensiones del templo, fueron fijadas con tal acierto, que el conjunto ni es demasiado ligero ni muy pesado, armonizándose las líneas para dar de consuno la impresión de la elegancia y de la fuerza.
La perfección técnica de la construcción no es menos asombrosa. Los grandes bloques de mármol, los tambores de las columnas están reunidos y ajustados con la ayuda de clavijas y de espigas de metal, y con las juntas tan perfectamente acopladas como pudieran estarlo las del más delicado objeto de orfebrería. Nunca el arte moderno, que usa el cemento con profusión, ha podido rivalizar con los obreros de Ictinos.
El Partenón no es más que una ruina. Los bizantinos lo convirtieron en una Iglesia; una explosión, ocurrida en 1687, abrió una gran brecha en el centro del templo; en 1803, Lord Elgin, lo despojó de la mayor parte de sus esculturas, que constituyen hoy el orgullo del Museo Británico. Pero esta ruina sigue siendo una obra maestra y uno de los lugares de peregrinación de la humanidad.
Un pórtico magnífico, los Propíleos, daba acceso al Partenón por el lado del mar, estando decorado con pinturas que han desaparecido. El pequeño templo de Poseidón y de Erecteo, al norte del Partenón, está mejor conservado; aparece flanqueado por un pórtico, en el que, en vez de columnas, empleó el arquitecto estatuas femeninas, que se llamaban en la antigüedad cariátides, porque se presumía que representaban muchachas de la ciudad de Caria, en Laconia, hechas prisioneras. En 1830, con la ayuda de fragmentos descubiertos en un bastión turco, se pudo reconstruir otro pequeño templo jónico: el de la Victoria sin alas o Áptera, que se halla situado delante de los Propíleos.
Los frontones del Partenón representaban el nacimiento de Atenea y la lucha entre esta diosa y Poseidón por la posesión del Ática. Sobre las metopas estaban esculpidos los combates de los Centauros y los Lapitas. El asunto del friso era la procesión de la principal fiesta de la diosa, las Panateneas, en la que las muchachas de las más ilustres familias, vestidas con el largo chitón de pliegues verticales, venían a ofrecer a Atenea un nuevo velo tejido para ella. Estas jóvenes, llevando objetos diversos, marchan formando un imponente cortejo, en el que también figuran matronas, soldados, jinetes, viejos y sacrificadores conduciendo los toros al altar; todos avanzan hacia un grupo, representando a los dioses, situado en el centro del friso oriental, el cual, por fortuna, es uno de los mejor conservados que poseemos.
En el interior del templo alzábase una estatua criselefantina, es decir, de oro y marfil, que representaba a Atenea de pie. Esta era, con el Zeus sentado en el templo de Olimpia, también de oro y marfil, la obra maestra de Fidias, según la opinión de los antiguos. Ambas estatuas han desaparecido; pero podemos formarnos una idea de la Atenea Partenos, gracias a una pequeña copia de mármol descubierta en 1880 en Atenas, cerca de una escuela moderna llamada Varvakeion. En cuanto al Zeus, no poseemos copias; pero es probable que una hermosa cabeza de mármol, de la colección Jacobsen, en Ny-Carlsberg (Dinamarca), sea una reproducción bastante exacta de la majestuosa fisonomía del dios. Otra Atenea de Fidias, coloso de bronce de nueve metros de altura, estuvo colocada delante del Partenón, al Noroeste. Se la llamaba Atenea Promacos, es decir, guardiana o centinela. Creo haber descubierto una pequeña copia, de hermoso estilo, en una estatua conservada hoy en Boston; proviene de los alrededores de Coblenza, donde se estacionó, bajo el Imperio Romano, una legión llamada Minervia.
Finalmente, Furtwaengler, combinando una cabeza de Bolonia con un torso de Dresde, ha conseguido rehacer una estatua admirable, copia en mármol de un original en bronce, que considera, con otros muchos sabios, no sin encontrar contradicciones, como un Atenea de Fidias, la que el maestro esculpió por encargo de los colonos atenienses de la isla de Lemnos.
En cuanto a las esculturas del Partenón, los autores no manifiestan expresamente que sean de Fidias, pero es lo cierto que han sido ejecutadas bajo su dirección. No es posible formarse una idea de esta serie de obras maestras sin estudiar los vaciados que de ellas existen en el Louvre y la Escuela de Bellas Artes de París; me limitaré a presentar el grupo imponente de las tres diosas llamadas las tres Parcas, perteneciente al frontón oriental, cuyos paños son de una belleza indescriptible, y algunos otros fragmentos del friso de las Panateneas, desesperación de los artistas que han querido imitar su noble disposición, su majestad sin énfasis y su inagotable variedad. Una cabeza de Artemisa, del frontón Este del Partenón, pertenece al marqués de Laborde, en París. Llaman la atención, en esta cabeza, las formas poderosas y el óvalo robusto y un poco cuadrado del rostro, presentando dos caracteres que se encuentran en todas las cabezas que provienen del mismo lugar: la poca distancia entre el párpado y la ceja y el vigoroso relieve del pliegue de los párpados. Estos son todavía recuerdos del estilo arcaico. La impresión dominante que produce todo el arte de Fidias es la de una fuerza serena y segura de sí misma. Pero en la naturaleza humana hay algo más que la belleza serena y fuerte, que es el entusiasmo, el ensueño, la pasión y el sufrimiento agudo o callado. Esto era lo que faltaba expresar en el mármol, después de Fidias; ya veremos cómo lo consiguieron sus sucesores.
No puedo abandonar a Fidias, cuyos discípulos (Agorácrito y Alcamenes) trabajaron hasta los primeros años del siglo IV, sin hablar de la obra maestra del Louvre, la estatua descubierta en 1820 en la isla de Milo. A pesar de que la mayoría de los arqueólogos contemporáneos la consideran del año 100 antes de Jesucristo, estoy convencido de que es de unos dos siglos y medio antes; hasta creo que no representa a Venus, sino a la diosa del mar, Anfitrite, sosteniendo un tridente con el brazo izquierdo extendido, y que es una obra maestra ciertamente posterior a Fidias, pero aún impregnada de todo el espíritu de su escuela. Una de las razones en que me fundo es que en ella se encuentra todo lo que constituye el genio de Fidias, no hallándose, en cambio, nada que le sea extraño. La Venus de Milo no es ni elegante, ni soñadora, ni apasionada; es fuerte y serena. Compónese su belleza de noble sencillez y de tranquila dignidad, como la del Partenón y de sus esculturas. ¿No es por esta razón por lo que se ha hecho y sigue siendo tan popular, a pesar del misterio de su actitud tan discutida? Las generaciones turbadas y calenturientas ven en ella la más elevada expresión de la cualidad que más le falta, de esa serenidad, que no es la Indiferencia apática, sino la salud del cuerpo y del espíritu.
Modelo del frontón este del Partenón, “El nacimiento de la cabeza de Zeus”
Modelo del frontón oeste del Partenón, “Atenea conquista Atenas frente a Poseidón”
Salomón Reinach. (APOLO, Historia general de las artes plásticas)
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