Debe ser un hecho en la experiencia de la mayoría de vosotros, que entre las gentes de vuestro recuerdo hay diferencias en la manera en que se asimilaron las experiencias. Hallaréis que una persona será capaz de comprender el significado de una experiencia la primera vez que ocurra, mientras que otra necesita pasar repetidas veces por la misma experiencia. Algunos pueden generalizar una gran verdad de vida o acción, de una experiencia, mientras que otros pueden necesitar muchas repeticiones de la misma experiencia antes de comprender la verdad. Hay un proverbio que dice: “Una vez mordido, dos veces cauteloso”; pero hallaréis que en el caso de muchas gentes, se les ha de “morder” una docena de veces antes de que sean “cautelosos”.
Se notará esto especialmente en la manera en que las gentes responden a los ideales. Un ideal en la vida de un hombre es el resultado de varias experiencias resumidas por el Ego, y las cuales se han establecido en su conciencia de modo que han llegado a ser parte de su propia vida. Por ejemplo, la Verdad es un ideal que nos enseña que en todo lugar y condición hemos de ser estrictamente veraces. Supongamos ahora en el caso de dos niños que bajo la presión de la ordinaria vida infantil empezaron a decir leves mentiras; supongamos que los llamáis a capítulo y les decís que la mentira es mala cosa. Hallaréis que un niño os escuchará con toda seriedad y aceptará vuestro ideal y tratará de adaptarse a ese ideal; pero hallaréis que el otro niño se conduce de un modo completamente contrario y replica: “Padre dice mentiras; Madre no dice la verdad. Madre le dijo esta tarde a la criada que dijera que había salido, cuando estaba en casa”. Este niño aportará a su mente toda clase de sucesos que haya experimentado y contradigan el ideal que le ofrecéis. Análogamente podéis proponer a varias personas un ideal de Fraternidad o de Sacrificio. Algunos responderán profundamente, mientras que otros más bien dudarán diciendo que todo ello es muy propio de una época utopista, pero no de este práctico mundo de lucha diaria; señalarán dificultad tras dificultad.
Así hallaréis que una de las características de las gentes es la diferente manera de asimilar las experiencias. Algunas parecen haber vivido largo tiempo, como en la sucesión de muchas y muchas vidas de experiencia; de aquí que siempre que se les presenta, de cualquier origen un ideal de conducta, responden porque su vida interna sanciona el ideal como un hecho de su propia experiencia. Es posible medir el crecimiento de los Egos por las respuestas que dan a los ideales. Especialmente es posible medir el crecimiento de un Ego por la cuantía de respuesta que es capaz de dar en modalidad estética; esto es, a la belleza de las cosas.
Por lo tanto, tenemos estas diferencias de respuesta que caracterizan diferencialmente al sencillo e infantil Ego y al superior y más evolucionado Ego. Ahora bien; en la civilización presentamos cierta norma de conducta, que es la de los Egos superiores; y la finalidad de la civilización, guiada por sus adelantados caudillos, es ofrecer a todos esta superior norma de modo que todos puedan aceptarla.
Precisamente uno de los fines de la educación es que las gentes establezcan en sí mismas ciertos ideales, modalidades de pensamiento, sentimiento y acción, que se han reconocido absolutamente esenciales a la superior vida del Ego. ¿Cómo se ha de hacer esto? De dos maneras: primero, ofreciendo al estudiante las presentes y pasadas generalizaciones destiladas de la experiencia de almas que han vivido más tiempo y es más plena que nuestra experiencia. Por ejemplo, cuando el Señor Buda dice: “El odio nunca cesa por el odio; sólo cesa el odio por el amor”, nos da una generalización de millares de Sus pasadas experiencias, y la presenta, por lo tanto, como un ideal de conducta. Análogamente, cuando Cristo dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, conoce por su propia dilatada experiencia que hacerlo así es el más rápido camino para la felicidad individual. En la enseñanza profana rige el mismo principio. En un libro de texto científico tenemos la experiencia de muchos científicos resumidas en ciertos y sencillos principios científicos; en matemáticas le damos al estudiante las generalizaciones de pasadas generaciones de matemáticos. Las pasadas experiencias se reducen a generalizaciones y después se ofrecen a la mente del individuo para que aprenda ciertos principios importantes.
Ahora bien; algunos pueden y otros no, comprender derechamente un principio. Los últimos tropiezan con mucha dificultad para comenzar con un principio y sólo son capaces de comenzar con los múltiples hechos de particulares experiencias. Se les ha de presentar experiencia tras experiencia, de modo que por sí mismos descubran el principio. Por lo tanto, el primer medio, en educación, es presentar generalizaciones a la mente.
El segundo medio, o más bien la segunda parte de la educación, es la disciplina de la imaginación. Ahora bien; la imaginación es la facultad constructora y nosotros disciplinamos esa facultad constructora de modo que agrupe y reagrupe todas las experiencias hasta que el individuo haga por sí mismo una estructura de ideales éticos, filosóficos y científicos y viva en esta estructura imaginable y sienta en su interior mucho más plenamente de lo que sentiría en la estructura de cualquier otro. Si consideramos la educación tal como está en las diferentes universidades, y si examinamos todas las mejores cualidades de estas instituciones, veremos que su educación aspira a una especie de perfección. Las universidades se trazan, como producto de la disciplina universitaria, cierto tipo de individuo. Supongamos que examinamos las dos grandes universidades de Oxford y Cambridge; podemos rudamente decir que su ideal es hacer del hombre sujeto a su influencia “un caballero y un erudito”; un caballero con definidas y amplias simpatías, y un erudito que vive en un mundo mental construido con grandes generalizaciones. Se ha dicho que la verdadera educación universitaria capacita al hombre para saber algo de cada cosa y todo de alguna cosa; es decir, que adquiere un conocimiento general, en bosquejo, del “Plan de Dios” y al mismo tiempo desarrolla la atracción a alguna parte de dicho Plan, y desea ser perito en esta parte. Ahora bien; si consideramos el hombre culto típico, notaremos en su conciencia que piensa en generalizaciones, que piensa en tipos. Piensa menos en modos particulares de pensamiento o en tipos de carácter particulares y más en tipos generales de pensamiento y carácter. Pongamos un ejemplo. Cuando un hombre de cultura típica encuentra a otro, muy pronto lo clasifica en términos de un tipo. Si ve que es de temperamento sereno, dirá: “Este hombre pertenece evidentemente, al tipo filosófico”. Si, por el contrario, aquel sujeto es sensitivo e imaginativo, pero vacilante y veleidoso, dirá (dando otras cosas por supuestas y en su verdadera proporción): “Este hombre pertenece al tipo artístico”. Si el sujeto es algo devoto, verá entonces en él un elemento de misticismo. Puede notar que la persona con quien trata es corta de imaginación y algo mundana; pero al notar todo esto, echará de ver por su conocimiento del tipo, que aquel individuo mundano tiene en la raíz de su corazón mucha lealtad y perseverancia. Según trata con los individuos los clasifica en términos de tipos.
En el hombre de cultura típica podemos notar mucha intuición ejercida en cuanto le rodea. Llega a conocer cosas no tanto por el trabajoso análisis de la mente inferior como por un proceso de la intuición. Ahora bien; toda cultura es un intento de hallar en lo transitorio y mudable lo inmutable y eterno. Bajo un aspecto, toda nuestra experiencia es un intento de hallar lo eterno en lo temporal, lo firme y fijo en lo mudable. Ahora bien; si en este proceso de hallar lo Real entre lo Irreal empleamos tan sólo nuestra mente, y nuestro raciocinio, sólo nuestro mental inferior y aun nuestras superiores operaciones mentales, tardaremos muchísimo tiempo en llegar a la verdad, porque mientras sólo usemos la mente como instrumento de cognición, debemos proporcionarle material en que actúe y hemos de colocarlo externamente a ella. Primero debemos examinar los hechos desde el exterior y después llegar a la generalización. Pero se necesitarían muchos siglos antes de que pudiéramos colocar ante nuestra mente todos los hechos necesarios. Cada uno de nosotros ha necesitado muchas vidas para tener los ideales que ahora tenemos de justicia, sacrificio y deber. Por lo tanto, si sólo dispusiéramos de la mente para generalizar y descubrir lo Real entre lo Irreal, necesitaríamos una interminable serie de vidas antes de que pudiéramos conocer la verdad entera respecto de la vida.
Pero hay en nuestro interior otra facultad que nos capacita para abreviar este revolucionario proceso de la mente. Es la facultad que en Teosofía llamamos Buddhi o Intuición si nos aproximamos para considerarlo desde un punto inferior; y yo me voy a aproximar a él desde el punto de vista del Arte.
El Arte trata fundamentalmente de las cosas reales y eternas, no de las temporales e ilusorias. Carlyle ha descrito el Arte con una frase más viva que cualquiera otra de las que conozco. Ha dicho: “El Arte es el Alma desprendida del Hecho”. Cuando observamos un hecho lo conocemos como tal por medio de la mente; pero este hecho está subyacente, en su interior, algo más que en su mero aspecto externo; tiene una “Alma del Hecho” y el Arte es esta desaprisionada Alma del Hecho. En otras palabras, la función del arte, en todas sus ramas, es llevarnos a la esencia de las cosas, y esta esencia es eterna y no temporal. Ahora bien; permitidme mostrar cómo el Arte en todas sus diversas ramas nos aproxima al centro, al Alma del Hecho.
DRAMATURGIA
Primero trataremos de un aspecto del Arte con el que todos estamos familiarizados: con la dramaturgia.
Tenemos abundante literatura, la más de ella, en verdad, mera hojarasca, porque presenta los hechos a la mente lo mismo que el cinematógrafo, que lo vemos hoy y totalmente lo olvidamos mañana. No es posible que nos interese esta literatura espuria porque sólo nos ofrece meras imágenes mentales. Pero aquí y allá tenemos literatura que cautiva la imaginación y se adentra profundamente en nosotros. Consideremos por ejemplo un libro como Pilgrim’s Progress de Bunyan. Es una novela que leen los niños y viejos; tiene una cualidad universal y se ha traducido hasta al japonés, y los japoneses lo encuentran muy interesante. ¿Por qué? Porque Bunyan presenta tipos. Mr. Facing-Bott-Ways y Christian y los demás personajes que allí aparecen, son representativos de la humanidad, y nuestra imaginación queda fascinada por estos tipos. Pasemos a los dramas de Shakespeare. El cerebro de Shakespeare abunda en tipos. Hamlet es el tipo de individuo que vacila, que ve lo que debiera hacerse y no tiene el valor para hacerlo. Consideremos a Romeo y Julieta. ¿Por qué Romeo y Julieta será un drama que siempre inspire profundísimo interés a la humanidad? Porque hasta cierto punto todos somos Romeos y Julietas, y en esta o en otras vidas todos pasaremos por sus experiencias si no hemos pasado ya. Supongamos ahora que mientras cursabais en la Universidad, los sabios catedráticos, en vez de enseñarnos lo que los amantes de Verona hicieron, hubiesen visto en vosotros un Romeo en cierne y os hubieran mostrado lo que en el drama de Shakespeare es la fundamental debilidad de Romeo. Entonces hubierais aprendido a evitar muchas de las fragilidades y flaquezas de Romeo cuando os correspondiese desempeñar en la vida el papel de Romeo; hubierais aprendido a ejecutar vuestro drama con vuestra Julieta, pero no con el trágico fin del Romeo y Julieta de Shakespeare.
Por lo tanto, con tal de que tengamos un idóneo instructor podremos aprender por medio de la literatura muchísimo sobre nuestra manera futura de conducirnos en la vida. Consideremos a Homero como segundo ejemplo. Los personajes de Homero son de tal amplitud que es difícil describirlos. Con acierto se ha dicho que después de leer la Ilíada y la Odisea parece que todos los hombres son dioses, porque hay cierta grandeza en las virtudes y vicios de los héroes de Homero. Si estudiáis el carácter de Ulises como tipo, y disponéis de un versado en Arte que os enseñe el misterio de Ulises, comprenderéis todo un tipo de hombres representados por Ulises. Análogamente nos ofrece Homero tipos representativos en Héctor, Ayax, Néctor y otros personajes, y la habilidad en trazar estos tipos humanos constituye a los grandes artistas en literatura.
En todos los dramas griegos del mejor período tenemos esta notable característica de tipos reveladores. ¿Cómo es que hoy pueden representarse en Londres dramas griegos que atraen a las multitudes? Los actores expresan en inglés el antiguo pensamiento griego; pero los pensamientos, las emociones y situaciones se nos dan en términos de tipos existentes en toda la humanidad, y así el público inglés de Londres se ve reflejado en las situaciones de estos grandes antiguos dramas griegos. Lo que constituye la grandeza de un drama es la visión intuitiva y la gráfica presentación de tipos humanos. Uno de los supremos artistas de la literatura mundial que ha trazado tipos humanos, es Dante, el insigne poeta italiano. Pocos escritores han pensado y sentido tan plenamente en términos de tipos, no sólo tipos personales sino tipos de pensamiento y tipos de emoción. Por esta admirable cualidad intuitiva con la que Dante es capaz de rodearnos al leer su poema, descuella como uno de los gigantes del mundo de la poesía y la literatura.
Otro hombre que posee esta misma cualidad profunda de trazar tipos es Ricardo Wagner. Muchos conocen a Ricardo Wagner por su música, que es verdaderamente admirable; pero también era profundo filósofo y observador de los tipos humanos. Si consideramos sus principales personajes advertiremos que todos tienen en mayor o menor grado, cierta cualidad típica, y por esto hay en sus acciones algo simbólico. Cuando un personaje encarna en sus pensamientos y acciones el tipo a que pertenece, mucho de lo que hace tiene una simbólica cualidad.
Así como hay cualidades típicas también hay emociones típicas. Usualmente las emociones se manifiestan en las fases particulares; pero si purificamos nuestras emociones podremos conocer a qué tipo pertenecen. Consideremos el afecto. Todos somos capaces de cierto grado de afecto; pero el afecto puede ser como entre madre e hijo, y si purificamos nuestro afecto, podremos llegar al Amor generalizado que no sólo incluye el afecto de la madre al hijo, sino también el de la mujer al marido, del marido a la mujer y del hijo al padre. Podemos llegar a todas estas generalizaciones del amor aunque partamos de la única forma de afecto de que seamos capaces.
Muy amplia función del poeta es ofrecernos emociones generalizadas. El poeta se vale de las emociones, pero las expone en términos de razón. Hay una razón superior que juzga todas las cosas del mundo con la fiel medida del hombre perfecto, y el poeta trata de alcanzar esta medida de la razón superior. Se vale de las emociones como de materiales; pero si es gran poeta, no nos presenta la emoción del particular héroe a quien tiene delante, sino la emoción del tipo representado por aquel héroe. Consideremos, por ejemplo, la poesía de Shelley titulada: Melancolía.- Lo notable y meritorio de esta poesía es que la melancolía en ella descrita no es meramente la de Shelley, sino que el poeta hace de su emoción un espejo en que se refleja la melancolía de millares de gentes. Consideremos, por otra parte, un canto popular escocés, anónimo, titulado: O Waly, waly up the bank. Es el canto de una muchacha que ha perdido a su novio. Es un canto popular que representa un tipo de emoción. Se observará que la extraña cualidad de un tipo al que pertenece la emoción descrita es lo que constituye la letra y música de todo canto popular.
Así, pues, en poesía tenemos esta cualidad de emoción típica. Consideremos, como otro ejemplo: In Memoriam de Tennyson. Al componer esta poesía, pensaba el poeta en la pena que le había causado la pérdida de su amigo Arturo Hallam, y uno no puede menos de reparar en que el poeta exageró un buen tanto su dolor; pero lo sentía artísticamente e hizo de su pena el espejo de la pena en general, y así la expuso en términos de razón pura, de modo que cuando la Reina Victoria meditaba sobre la muerte de su marido, se consoló al leer In Memoriam porque veía su dolor reflejado en la poesía. Consideremos Maud, también de Tennyson. ¿Por qué todos los enamorados encuentran en Maud algo de sí mismos representado en esta poesía? Porque Tensión es un gran artista de la palabra y representa emociones típicas.
A veces es posible por medio de la poesía, mejor que por la prosa, dar más duradera valía a un hecho vulgar o científico. Sabemos que hay algunas mayas o margaritas de corola exteriormente blanca con un pequeño anillo encarnado por debajo. Pues bien, este hecho científico se puede expresar, no chabacanamente, sino con hermosa imaginación, y Tennyson así lo hace como sigue:
I know the way she ment
Home with her maiden posy
For her feet have trod the meadows
And left the daisies rosy.
(Conozco el camino por donde ella fue a su casa con su virgíneo ramillete, porque sus pies habían hollado las praderas y enrojecido las margaritas)
Maud había pasado por las praderas, y al leer los versos parece como si se viera que va dejando a cada paso el anillo encarnado de las margaritas. Tensión eleva un hecho científico al alto reino de la imaginación y le da un valor a la par de belleza y permanencia.
Cuando la poesía se estudia o se enseña o se asimila desde este punto de vista se echan de ver experiencias que no se habían notado todavía. Ya dije que Romeo, nuestro moderno Romeo, convenientemente aleccionado, podría prevenir las calamitosas experiencias y evitarlas. De la propia suerte podemos por medio de la poesía adquirir experiencia en virtud del ejemplo ajeno. Aunque uno necesite para su evolución pasar por los sufrimientos de un malvado, no es preciso que sea malvado si es capaz de comprender los personajes malvados de Shakespeare. Se puede escarmentar en las cabezas ajenas de Yago, Macbeth y demás malvados y evitar los abismos en que cayeron, con tal de aprender la lección que nos da su experiencia. Es necesario notar la sorprendente cualidad del Arte como medio de apresurar el propio adelanto por la asimilación de ajenas experiencias.
PINTURA
La misma cualidad observamos en la pintura, que es algo mucho menos abstracto que la poesía. A veces en un cuadro de asunto histórico podemos percibir tal sensación de valores dramáticos como si el moviente panorama del tiempo se hubiese detenido y materializado en el lienzo. Consideremos, por ejemplo, un cuadro que represente un gran acontecimiento histórico, como la firma de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. Se agrupan las figuras de cierto modo; pero si este modo es el verdaderamente apropiado, es como si el pintor ordenase al tiempo que se detuviera, y el suceso ocurrido hace siglo y medio surgiese de las reconditeces del Tiempo y se manifestara hoy a nuestros ojos. En algunos grandes cuadros, sean o no realmente históricos, se nota la peculiar cualidad de detener el tiempo. Recuerdo que en Florencia hay un cuadro de Venoso Gozzoli titulado: “Viaje de los Magos a Bethlehm”, en el que se ve a los tres reyes que llevan sus ofrendas a Cristo. Su cualidad artística es tal, que parece como si los personajes detuvieran la marcha en el momento en que miramos el cuadro. Tiene la peculiar cualidad de mantener encadenado el tiempo. En los cuadros históricos, la grandeza de la pintura depende de la típica naturaleza del acontecimiento.
En los retratos pictóricos notamos asimismo la cualidad de trazar tipos. En esta modalidad especial, los grandes retratistas, según mi experiencia, son los de la escuela inglesa, como Reynolds, Gainsborough, Romney, Lawrence y otros. ¿Por qué? Porque de algún modo ven a través de los rostros de los retratos algo de un tipo de temperamento, y así sus pinturas están rodeadas de casi un velo de intuición, de suerte que si alguien es sensitivo, en el momento de entrar en un salón donde haya un Gainsborough o un Lawrence, se fija desde luego en ellos. Los ingleses son reencarnación de los antiguos romanos, quienes sobresalieron en el retrato, pues aunque no eran muy hábiles en figuras escultóricas de cuerpo entero, lo eran muchísimo en bustos de mármol.
Una cualidad mucho más mística de tipos observamos en el paisaje. Puede ser un paisaje ordinario que hayamos visto centenares de veces; pero el artista lo ve desde distinto punto de mira, según lo describe acertadamente R. W. Gilder en la siguiente poesía:
“Una vez yo contemplaba desde una ventana un paisaje que yacía en silencio bajo el sol; un paisaje de vastas praderas verdes atravesadas por dos ríos que lentamente fluían ensanchándose hacia el mar. Mientras contemplaba el paisaje, no sé como ni de donde nació en mí silenciosa y expectante alma el pensamiento, tardíamente aprendido por el anheloso ingenio del hombre, de la infinita paciencia de la Mente Eterna”.
Al contemplar un paisaje, parece a veces como si estuviera tranquilo cual la superficie de un lago, y que ante la vista del espectador se reflejara en aquel espejo una ingente forma mental. Mas bien que la escena o los objetos vemos por decirlo así como si miráramos desde una ventana la Infinita Mente, donde los transitorios fenómenos de la naturaleza revelan sus leyes de belleza y sabiduría.
ESCULTURA
En la escultura advertimos algo de la misma cualidad que trasciende de lo transitorio a lo eterno. Consideremos especialmente los grandes escultores griegos que intentaron infundir ideas éticas en la figura humana. Si esculpían un Apolo, la estatua representaba a la par un divino pensamiento y un Dios. En el período culminante de la escultura griega, cada estatua era un concepto ético petrificado. Palas, Apolo, Hermes y Zeus eran realmente grandes conceptos en piedra, y por esto gustaban los griegos de las estatuas. Apolo podrá ser para nosotros un hermoso hombre desnudo; pero no era meramente tal para los griegos cuya intuición contemplaba la figura del Dios y veía en la estatua el poder de la inspiración de Dios en el espíritu del hombre. En todas las grandes esculturas notamos este intento de infundir conceptos éticos. Algunas esculturas modernas describen sucesos humanos y tratan de representarnos ciertas modalidades de pensamiento y emoción, como por ejemplo la estatua de un soldado en actitud de atacar. Si la esculpe un hábil artista, suscitará en nosotros por medio de la escultura un profundo sentimiento de admiración y no miraremos al soldado como a un soldado individual, sino más bien como representante del tipo de soldado. En nuestra moderna civilización nos hemos alejado tanto de los capitales y predominantes conceptos éticos, que nuestros artistas no son capaces de plasmarlos en piedra. Puede llegar tiempo cuando tengamos un período de escultura y arquitectura como el período culminante de los griegos y predicaremos en piedras y mármoles sermones de bondad y virtud a nuestros conciudadanos desde nuestros edificios y parques y desde todos los sitios en donde se congreguen las gentes.
ARQUITECTURA
En arquitectura sucede exactamente lo mismo. En lo que constituye la grande arquitectura tenemos la misma mística cualidad de expresarnos lo que acertadamente se han llamado las “notas graves de la naturaleza” o sean las cualidades fundamentales de la materia sólida como surgen al mandato del pensamiento en un magnificente Partenón. Vemos la cualidad de la verdadera arquitectura en nuestros días, en un edificio como el Taj Mahal de Agra, en el que parece que está plasmado en el mármol un maravilloso pensamiento forjado por un gran artista en el mundo mental superior. Y a causa de tan admirable pensamiento podemos ver muchísimas cosas en dicho edificio. Si lo vemos al salir el sol nos ofrecerá un mensaje de la belleza; si lo vemos a la luz de la luna aparecerá del todo misterioso y diferente, y también diferirá si lo vemos al atardecer. Lo podemos contemplar mil veces y ver siempre algo nuevo. ¿Por qué? Porque es una magnífica obra de arte. Es una gran obra perfecta. Está en ella plasmado un gran concepto, cual desgraciadamente se ve por entero en muy pocos edificios.
En arquitectura hay ritmo en los claros y obscuros, en el tamaño de las portaladas, en la longitud y anchura de las cornisas. El tiempo musical predomina en arquitectura. Mi amigo Claudio Bragdon, arquitecto estadounidense, ha estudiado la relación entre la música y la arquitectura, y ha demostrado en su libro: La hermosa necesidad, porqué algunas ventanas son hermosas, ciertas pilastras graciosas y porqué algunos claroscuros dan la sensación de armonía y ritmo. Es porque expresan fundamentalmente el mensaje de la música.
MUSICA
Esto me conduce a la última de las bellas artes: la música. Todos los filósofos han reconocido que la música es el arte mas excelso, pues todas las demás, por misterioso camino, conducen a la música. No es posible describir acertadamente las demás modalidades artísticas sino en términos de pensamiento musical. Lo mejor que cabe decir en elogio de las demás modalidades artísticas es que son armónicas, que están perfectamente tonalizadas. En la música hay una cualidad espiritual porque tenemos unidad de sujeto y objeto, de creador y la cosa creadora. En la música, los medios y el fin son inseparables, la forma y la materia están tan inextricablemente entre-fundidas, que apenas cabe separarlas. Pero valga advertir que al hablar de la música no me refiero a la hojarasca devanada en gramófonos y otros artificios sino que me refiero a la verdadera música, que nos revela el arquetipo más plenamente que cualquier otra modalidad del arte.
Hay un extraño y estrecho enlace entre la arquitectura y la música. Se ha dicho con acierto que la arquitectura es “música congelada”. También tenemos en música una cualidad abstracta superior, a la que preferiría llamar no humana, es decir, algo que trasciende nuestra experiencia. Sabemos que se dice que la Marcha fúnebre de Sigfrido, de Wagner, aunque llena de los incidentes de la vida de Sigfrido, denota, por decirlo así, el fin de un plan de cosas. Y lo mismo sucede en toda música grande. Hay en ella algo que no podemos expresar. Podemos decir que tal o cual cosa expresa júbilo, el júbilo de vivir, el júbilo del sacrificio. Le ponemos a la música los marbetes de nuestra propia experiencia, pero no creemos que sean los verdaderos, aunque no podemos decir cuáles sean. Por esto ha dicho Carlyle muy gráficamente que “la música es una especie de inarticulado e impenetrable lenguaje que nos conduce al borde de lo infinito y por un momento nos permite contemplarlo”. Apenas podemos definir lo que allí hay; pero nos vemos atraídos hacia “el borde de lo infinito” y nos sentimos allí más en nosotros mismos que en este finito mundo.
También tenemos en música los arquetipos. Si consideramos lo que calificamos de tema de tristeza, hallaremos que no representa la tristeza de un individuo particular, sino la tristeza de un tipo total de individuos. Cuando la simpatía está infundida en frases musicales, como en algunos de los motivos vagnerianos, no es la simpatía de tal o cual héroe, sino una simpatía generalizada. Hay música que expresa amor, pero es un amor arquetipo, y por esto la música evoca en nuestro interior un más oculto sentimiento del que pueden evocar la poesía, la pintura o la escultura. Así es que mi opinión llega al punto de considerar que todas las modalidades del arte nos conducen primero a los tipos y después a los arquetipos.
LOS ARQUETIPOS
¿Qué son los arquetipos? Son creaciones de Dios, los medios por los cuales Él piensa y siente. En el mundo superior de Su Mente, en su cósmico plano mental, crea Dios los arquetipos, que por vez primera nos relevó Platón; y nos acercamos a estos arquetipos por medio de la comprensión que tengamos del arte. Cuanto más se discipline el hombre para apreciar profundamente el arte, tanto más apresurará su evolución, pues de este modo anticipará experiencias. No es necesario vivir cincuenta o cien vidas antes de llegar a la perfección. Es posible disminuir este número hasta que sólo se necesiten un par de docenas de vidas, porque si se actualiza la cualidad búddhica por medio del arte, se incluirá lo que está fuera de la propia experiencia y se asimilirá a la conciencia interna.
Doquiera actúa la mente, descubre leyes, pero al descubrirlas se nota el extraño resultado de que lo descubierto ya estaba en nuestro interior. Me parece que es Emerson quien verdaderamente dice respecto al descubrimiento de leyes por medio del examen de los hechos, que “todos los hechos de la historia preexisten en la mente como leyes”. Si por el estudio de varios dramas llegamos a convencernos firmemente de que en ciertas situaciones el propio sacrificio es la única acción lógica y feliz, dicho convencimiento proviene por una parte de una ley que ha descubierto la mente, pero en realidad ya estaba dicha ley en nuestro interior. La ley está siempre en le mente del Logos, y quien haya actualizado su cualidad búddhica conocerá que la ley está siempre en su íntimo ser. Tal es la especial característica del arte, y por esto insisto en que la construcción del carácter puede apresurarse familiarizando más y más la mente y las emociones con el arte.
“El arte es la estrella que yo veo y tú no ves”
Resumiendo lo dicho, si comprendéis el arte, cultivadlo y asimiláoslo. Primero conoceréis los tipos que os darán mayor conocimiento de la humanidad, y después anticiparéis experiencias. Así os enlazaréis con los hombres por medio del arte, de modo que sus sufrimientos os aleccionen y sus alegrías os fortalezcan y entusiasmen.
También entonces empezaréis a ganar una maravillosa purificación. Todos tenemos, en nuestro actual estado de evolución, cierta cualidad de impureza. Los griegos comprendieron que el drama era uno de los medios de purificar a las gentes, pues cuando el héroe manifestaba sus mejores sentimientos y cualidades, el espectador sentía lo mejor que estaba en sus adentros, al paso que notaba sus propios vicios y defectos, en los defectos y vicios representados en el malvado; y así como el médico diagnostica una enfermedad, así era el espectador capaz, por medio del drama, de diagnosticar su propia enfermedad y hallar su remedio. En nuestros días escasamente se tiene del drama este concepto, que sin embargo es el de su verdadera misión: la de purificar a las gentes.
Quién esté abatido, lea la Melancolía de Shelley, y después de leída, después de haber penetrado su música, notará que se ha desvanecido en parte su abatimiento. Desde luego que lo que constituye el valor de una poesía es la cualidad musical del pensamiento, no la mera sarta de palabras y rimas. Es posible un alto tipo de poesía sin rima y con apenas ritmo. Los japoneses tienen poesía de dos o tres líneas, un fragmento de pensamiento, que sin embargo es intensamente poético.
Siempre que sea posible, conviene leer hermosas poesías, y al leerlas y aficionarse a ellas, se irá purificando el carácter. Lo mismo sucederá al contemplar una flor, que también purificará el carácter, porque una flor es en cierto modo un pensamiento divino. El contemplar una escultura magistral, nos fortalecerá y purificará. Por medio del arte ganaremos algo de las virtudes que nos esforzamos en adquirir por ardua labor mental.
Después ocurre otra cosa sorprendente y es que una vez actualizada por completo la naturaleza artística, siempre es el hombre joven y se remonta a la eterna juventud, porque como el arte trata con arquetipos y los arquetipos influyen en nosotros, se acrecienta y renueva la imaginación, de suerte que no puede envejecer el creadoramente imaginativo, sino que como los dioses es perpetuamente joven. También de mística manera, aquel en cuyo interior influye el arte es como los “niños” de quienes decía Cristo “que de los tales es el reino de los cielos”. Desaparece toda impureza adquirida por el contacto con la materia, y el arte confiere inocencia de mente y salubridad de espíritu. Por esto en una particular etapa de la evolución humana se insiste tanto en el desenvolvimiento buddhico del individuo. El hombre debe recobrar la divina herencia que perdió.
Podemos aprender y prosperar y llegar al alto punto que nos señalan las filosofías, no sólo por medio de la mente, sino disciplinándonos con toda reverencia ante todas las expresiones del arte. Especialmente vosotros, los que vivís en esta joven tierra australiana, donde cabe la esperanza de que la intuición y no la mente sea el factor gobernante del individuo, debéis fomentar por todos los medios posibles el culto de la belleza, no meramente la belleza que ven los ojos, sino la belleza de la palabra, la belleza del gesto, la belleza del sonido, la belleza de todo cuanto os rodea. Procurad que vuestros hijos estén rodeados de cosas bellas. Eliminad de vuestra naturaleza todo lo feo y seréis más y más capaces de belleza, que perciban cuantos os rodeen.
Espero que ahora veríais que estamos rodeados de maravillosos aspectos de la belleza si pudiéramos abrir nuestros ojos interiores para verlos. Ya expuse la definición que da Carlyle del arte diciendo que es “el desprendimiento del alma del hecho”. Terminaré con otra definición del escultor francés Préault, igualmente delicada y decisiva: “El arte es la estrella que yo veo y tú no ves”.
Extraido del libro “El arte y las emociones” de Curuppumullage Jinarajadasa